Cata. De los monasterios trapenses a Beer Kupela en una tarde
El sábado pasado despedimos el mes de Enero entre nieve y buena cerveza. La tarde se presentaba fría y avisaba de lo que estaba por venir… Una de las mayores nevadas que hemos visto en Pamplona en los últimos años y la primera cata de cervezas trapenses en Birragamurdi, la sala de catas de la tienda. No podía haber mejor ambiente para viajar al mundo de los monasterios trapenses y las cervezas que en algunos de ellos se elaboran.
Encendimos la calefacción imaginando que era una chimenea de leña en las cocinas de un monasterio belga en el siglo XIX y le dimos la palabra a Ángel Etayo, de Cervebel, nuestro guía cervecero por el histórico mundo de la cerveza trapense.
Durante la introducción nos explicó (de manera muy clara para todo el jaleo histórico que supone la fundación de la orden de La Trape) el origen de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, conocida como La Trape, desde San Benito hasta las guerras mundiales y las destrucciones/reconstrucciones de las fabricas de cerveza de los monasterios.
Con las ideas más claras pero la boca todavía seca pasamos a lo que nos había llevado hasta allí: Las Cervezas Trapenses.
Las primeras chapas que saltaron de las botellas fueron las de Chimay Dorée, cerveza suave y refrescante elaborada por los monjes del monasterio de Scourmont. La menos conocida de Chimay es dorada brillante, equilibrada y de trago fácil. Esta cerveza que se elaboraba hasta hace poco exclusivamente para el consumo dentro del monasterio sirve de alimento a los monjes durante el ayuno, pero nosotros ya empezábamos a tener hambre y la acompañamos con un pintxo de queso de Chimay con mermelada de cerveza Domus de Toledo.
Para entonces ya veíamos por los cristales que estaba nevando a todo trapo, así que subimos un poco la calefacción y pasamos a la siguiente protagonista: Zundert.
A la Zundert le teníamos muchas ganas. La segunda trapense holandesa empezó a cocinarse por primera vez hace poco más de un año y hace apenas dos semanas que ha llegado por aquí. Elaborada por los monjes de la abadía de María Toevlucht en Zundert (pueblo de nacimiento de Van Gogh), ésta cerveza supone la apuesta de la abadía para evitar la ruina económica, y por las caras que vimos después de darle el primer trago parece que van por buen camino. Es una cerveza “Tripel” con toques de especias y maltas acarameladas que a algunos nos sorprendió por salirse un poco del guión que nos esperábamos de una trapense. Después de la explicación de Ángel sobre la historia de la abadía nos zampamos el pintxo de langostino con mahonesa de aguacate que tocaba con la cerveza y pasamos a la siguiente.
Desde el siglo XXI dimos un salto de 80 años hacia atrás y sacamos de la nevera la Orval, elaborada en el Monasterio de Orval desde 1931. Después de escuchar una bonita e interesante historia sobre una reina que pierde un anillo en un pozo, una trucha solidaria que se lo devuelve y una reina agradecida que decide llamar a ese valle “Valle de Oro – Orval” comprobamos que en la etiqueta de la Orval lo han resumido muy bien. Ya que nos había gustado la historia abrimos la cerveza y disfrutamos de sus tres fermentaciones, los aromas que le aporta el “dry-hopping” (adición de lúpulo después de la cocción) y los matices de las levaduras salvajes que cuelan en la fermentación que hacen en cubas abiertas. Cervezón y pintxo de pollo en escabeche.
Mientras disfrutábamos de la Orval ya veíamos por la ventana que para cuando saliéramos de la cata iba a haber un palmo de nieve en el suelo, así que nos quitamos las prisas y pasamos a la siguiente: La Achel Blond
La Achel Blond se fabrica en Flandes, cerca de la frontera con Holanda. Lo que parecía una buena idea cuando fundaron el monasterio en esa zona (ofrecer un lugar cercano de culto a los católicos residentes en la protestante Holanda) les ha dado muchos quebraderos de cabeza a los monjes del monasterio, ya que al estar pegados a la frontera han estado siempre en plena línea del frente y les han destruido/robado/expropiado las instalaciones varias veces. Desde 1989 parece que llevan mejor racha y se pueden dedicar plenamente al “Ora et labora” benedictino. Fruto de esa dedicación y conocimiento pudimos abrir la Achel Blond en Beer Kupela y disfrutar del saber hacer de los monjes de Achel. La Achel Blond es refrescante a pesar de sus 8º gracias a unos suaves matices cítricos y a su final seco. Acompañó un pintxo de salmón ahumado con mantequilla.
Con la boca menos seca, el estómago un poco más lleno y el ambiente mas distendido llegó el turno de la Rochefort 8. Hay constancia histórica de que en la abadía de Saint-Remy de Rochefort había una pequeña cervecería ya en 1595. Si abres una cerveza mientras escuchas que el monasterio que la elabora lleva 420 años haciendo cerveza eres consciente de que, te guste más o menos, esa gente sabe lo que hace y será algo que merezca la pena. Como dice la reseña de la web de Cervebel: “La Trappistes Rochefort 8 es de color oscuro, salvaje y con un paladar pronunciado tirando a afrutado con un final seco. Elaborada a base de dos maltas, azúcar candeal y dos tipos de lúpulo que se añaden dos veces durante su elaboración, le confiere un cuerpo, con su segunda fermentación, que da una sensación que no tiene descripción.”. Cierto es que no nos atrevemos a describir esa sensación, así que si alguien se anima, que la pruebe y nos cuente. Esta contundente pero agradable cerveza fue acompañada por un pintxo de estofado de ternera que nos ayudó a tener fondo para la última de la tarde (ya noche).
La Westmalle Tripel llegó a la mesa con la descripción que a Ángel le había hecho un responsable de otra cervecera trapense: “La Westmalle Tripel es la madre de las Tripel”. Algunos de los presentes no habíamos tenido la oportunidad o el acierto de haberla probado anteriormente y quedamos conquistados por esta cerveza rubia y fuerte. Puede ser que cuando te presentan cualquier producto como “la madre de ese tipo de productos” estés más predispuesto a que te guste, pero también es cierto que cuando un responsable de la “competencia” se refiere a ese producto de esa manera, algo tendrá. La impresión que se me quedó (no hablaré por los demás) es que es muy equilibrada para lo fuerte que és. Dulzor nada empalagoso, amargor agradable, 9% de alcohol que se deja notar pero no dificulta el trago… En definitiva, saber hacer.
Nos comimos el bizcocho de zanahoria que habíamos preparado para el postre (alguno echó en falta el chocolate pero lo quitamos a última hora por recomendación culinaria) y algo tristes por haber terminado la velada pero satisfechos por todo lo que habíamos disfrutado nos abrigamos hasta las orejas y salimos a la calle dispuestos a atravesar el palmo de nieve que cubría el suelo para buscar un bar donde seguir disfrutando de una buena cerveza en buena compañía.
¡¡¡Salud!!
Rosa
9 febrero, 2015 at 9:20 pmUna tarde estupenda. La explicacion interesante. Las cervezas impresiinantes y los pinchos de vicio Recomendable 100%. El bizcocho de zanahoria rico rico rico. Pasadme la receta.